Hay ciudades que no solo acumulan historia, sino que la cargan sobre los hombros. Cartagena es una de ellas. Este 13 de diciembre de 2025, el Gobierno de España ha aceptado la petición formulada por el delegado del Gobierno, Francisco Lucas, para declarar la ciudad como “Lugar de Memoria”, un reconocimiento que no llega por azar ni por moda, sino por una deuda largamente aplazada con quienes hicieron de este puerto frontera final entre la vida conocida y el exilio.
El anuncio se ha producido en un escenario cargado de simbolismo: el Puerto de Cartagena, desde cuyos muelles partieron miles de republicanos rumbo a un destierro forzado tras la derrota. Allí, junto al antiguo Club de Regatas, se ha instalado una placa conmemorativa en un acto de homenaje que ha querido ser sobrio y elocuente, como corresponde a los lugares donde la historia no necesita alzar la voz para hacerse escuchar.
Francisco Lucas ha puesto palabras a lo que durante décadas ha sido un silencio incómodo. Ha hablado de motivos históricos, sociales y políticos más que justificados, pero ha insistido, sobre todo, en el deber moral. En la obligación de devolver la dignidad a quienes se sacrificaron por la libertad desde esta ciudad. No como gesto simbólico, sino como acto de justicia. Porque Cartagena no fue un escenario secundario, sino uno de los últimos bastiones de la legalidad republicana, un puerto de salida para la esperanza vencida y una puerta abierta al olvido durante demasiado tiempo.
El delegado ha recordado que Cartagena es historia fundacional de España, pero también una ciudad a la que la historia oficial arrinconó cuando tocaba mirar de frente a los episodios más incómodos del siglo XX. Desde estos muelles, ha subrayado, partieron miles de compatriotas que defendieron la legalidad democrática y tuvieron que huir para salvar sus vidas. Recordarlos, ha dicho, no es reabrir heridas, sino impedir que el olvido termine de cerrarlas en falso.
El secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez López, ha confirmado que el Gobierno iniciará de inmediato los trámites para declarar Cartagena como ciudad de memoria democrática. Sus palabras han sido claras: quienes se marcharon lo hicieron porque les esperaba la represión, la cárcel, los paredones, la estigmatización y el silencio. Frente a eso, el reconocimiento institucional pretende devolver contexto, nombre y sentido a lo ocurrido.
Martínez López ha avanzado que no habrá un único punto señalado en el mapa. Cartagena, ha dicho, es un mosaico de lugares de memoria. Se colocarán placas en distintos espacios de la ciudad para configurar itinerarios que expliquen qué ocurrió y cómo se resistió aquí. Rutas para conocer la historia y, sobre todo, para entender que la libertad no fue un regalo, sino una conquista frágil que exige ser defendida.
La futura declaración reconocerá que en Cartagena se desarrollaron hechos de singular relevancia histórica y simbólica vinculados a la memoria democrática: la lucha por los derechos y libertades, la represión tras el golpe de Estado de 1936, la guerra, la dictadura, el exilio y el largo camino hacia la recuperación de los valores democráticos. También pondrá el foco en la memoria de las mujeres, tantas veces doblemente silenciada.
No es un reconocimiento aislado. Cartagena ya había sido escenario decisivo en otros momentos de la historia de España: la Guerra de la Independencia, la Insurrección Cantonal, la propia Guerra Civil. Pero ahora se trata de unir esos episodios bajo una mirada que no glorifique la violencia ni edulcore el pasado, sino que lo explique y lo asuma.
Que Cartagena sea declarada Lugar de Memoria no cambia lo ocurrido, pero sí transforma la manera de mirarlo. Significa que el puerto deja de ser solo un espacio de tránsito y se convierte en un lugar de conciencia. Que la ciudad asume que su historia no termina en las murallas ni en los museos, sino en las vidas que se rompieron para que otros pudieran vivir en libertad.
A veces, la memoria no llega para cerrar etapas, sino para abrirlas. Y en Cartagena, por fin, el pasado empieza a hablar en voz alta desde donde nunca debió ser silenciado: desde el mar.











