En el alma de Cartagena, hay nombres que el tiempo arrincona, pero que el corazón de la ciudad jamás debe permitir que se borren. Uno de ellos es Alfonso Torres López, aquel alcalde que, desde la dignidad del servicio y la pasión por su tierra, se convirtió en uno de los grandes artífices del Cartagena moderno. Su vida, su gestión y su trágico final durante los días sombríos de la Guerra Civil lo elevan al panteón de los hombres justos. Hoy lo recordamos con palabras, pero ojalá pronto también con monumentos, calles con alma y lecciones escolares.
Un hijo de Cartagena
Nacido en Cartagena en marzo de 1885, Alfonso fue fruto del amor entre el teniente de navío Raimundo Torres Coll, valenciano, y Ascensión López Murcia, cartagenera de cepa. Creció entre libros y sueños en el Colegio Politécnico de su ciudad natal y el Instituto de Murcia, para luego labrarse un porvenir como ingeniero industrial en Bilbao, donde se tituló en 1907. Como tantos paisanos que regresan a su origen, volvió en 1912 con una maleta llena de ideas y una vocación clara: servir a su ciudad.
Dirigió una fábrica de productos químicos y participó en diversas entidades sociales y culturales, como la Cámara de Comercio y la Sociedad Literaria “Bohemia”. En el plano personal, compartió su vida con Caridad Mínguez Rico, con quien tuvo nada menos que doce hijos, sembrando una familia numerosa y profundamente arraigada a Cartagena.
El alcalde de las obras, de los parques y de los obreros
En tiempos revueltos, cuando la dictadura de Primo de Rivera tomó las riendas de España, Alfonso Torres fue nombrado alcalde de Cartagena en 1923. Lo hizo sin alardes ni discursos vacíos: entró por la puerta del Palacio Consistorial con el gesto sereno del que viene a trabajar.
Y vaya si lo hizo.
Su gestión fue metódica, casi quirúrgica. Regularizó la hacienda municipal, pagó los sueldos atrasados, organizó los tributos y modernizó las finanzas públicas. Pero eso fue solo el principio. Lo suyo fue levantar una ciudad con las manos del ingeniero y el corazón del vecino. Urbanizó barrios enteros, pavimentó calles, abrió avenidas (como Alfonso XIII o la Avenida de América), e iluminó y ajardinó plazas que hasta entonces eran meros espacios de tierra.
Pero su proyecto más ambicioso fue el del agua, ese bien básico que Cartagena siempre miró con sed. Alfonso Torres impulsó junto a Murcia la creación de la Mancomunidad del Taibilla, que canalizaría agua dulce hasta la ciudad. Un hito técnico y político de enorme impacto.
Y como no hay ciudad sin alma verde, recuperó el Castillo de la Concepción y lo transformó en un parque público, embelleciendo su entorno con jardines diseñados por Víctor Beltrí, el arquitecto del modernismo local.
Comprometido con el pueblo
Pese a sus raíces conservadoras y su vinculación a la Unión Patriótica, Alfonso Torres supo mirar al pueblo sin altivez. Construyó viviendas obreras en la llamada “Ciudad Jardín”, promovió escuelas municipales, levantó dispensarios, dignificó los entierros de los más pobres, y sembró la ciudad de gestos sociales.
Fomentó el orgullo local con monumentos a héroes cartageneros como Isaac Peral, Máiquez, los Héroes de Cavite o el marino Monroy, muchos inaugurados durante la visita de Alfonso XIII a la ciudad.
Y fue, por encima de todo, un cartagenerista convencido. En 1924 elevó un informe al gobierno reclamando la recuperación de la provincia de Cartagena, defendiendo su historia, su economía y su derecho a decidir sobre sí misma. Una bandera que sigue ondeando entre quienes amamos esta tierra.
La política tras el cargo
Tras dejar la alcaldía en 1930, su nombre siguió presente en la política local. Fundó el Partido Cartagenerista, más tarde se vinculó a Renovación Española y Acción Popular, aunque sin alcanzar nuevos cargos.
Aun así, su legado ya estaba sembrado. Cartagena no olvidaba a su alcalde obrero, técnico y soñador. El hombre que plantó árboles donde antes había polvo, y levantó escuelas donde antes había silencio.
El final injusto
Y sin embargo, cuando llegó el torbellino de la Guerra Civil, a Alfonso Torres lo alcanzó la injusticia. Había participado en círculos monárquicos y conservadores en los días previos al conflicto. Fue detenido por las autoridades republicanas y, el 15 de agosto de 1936, ejecutado junto a otras personalidades de la ciudad en un paraje próximo a la carretera de Murcia. No hubo juicio. No hubo defensa. Solo la venganza disfrazada de revolución.
Un legado que aún respira
Hoy, el Parque de la Concepción lleva su nombre, aunque muchos cartageneros no lo sepan. Su retrato permanece olvidado en los archivos municipales, aunque en años recientes, su hija Isabel Torres lo donó al Ayuntamiento para que vuelva a presidir el salón de plenos como símbolo de una Cartagena honesta, moderna y sensible.
¿No merece Alfonso Torres una calle con alma, una plaza con historia, un colegio con memoria? ¿No deberíamos hablar de él en las escuelas, pasear por su parque y enseñar a las nuevas generaciones que en tiempos de dictaduras hubo también gestores que amaron de verdad a su ciudad?
Palabras para el futuro
En Cartagena hemos olvidado a muchos de nuestros mejores hijos. Pero aún estamos a tiempo de devolverles el sitio que se ganaron con hechos. Alfonso Torres López no fue un político cualquiera, fue un hacedor de ciudad, un padre de familia, un defensor de la educación obrera, y sobre todo, un hombre con principios.
Cuando pasees por las calles del Ensanche, cuando bebas del grifo sin pensar de dónde viene el agua, cuando camines bajo la sombra de un laurel o contemples el Castillo de la Concepción convertido en parque… recuerda su nombre.
Porque Cartagena no sería la misma sin él. Y porque la memoria también es una forma de justicia.