Somos de Cartagena y hablamos sobre Cosas de una Ciudad con mar. Escúchanos

📅 Estamos a y ya somos 860. Cuando alcancemos los 1000 suscriptores, realizaremos un sorteo de una comida para dos personas. ¡Suscríbete y participa!

2517236 Visitas.

Crónicas de un Pueblo. – ANTONIO OLIVER BELMÁS: EL CARTAGENERO QUE PUSO LA LITERATURA AL SERVICIO DE LA CULTURA POPULAR

Solo tardarás 4 minutos en leerlo.

Loading

Publicidad
Publicidad

En el corazón de la Cartagena culta y soñadora nació, un 29 de enero de 1903, Antonio Oliver Belmás. Fue poeta, crítico, ensayista, historiador del arte, docente y, ante todo, un amante de su tierra y de las letras. Hombre discreto, de palabras reposadas y pensamiento profundo, formó parte de la prestigiosa Generación del 27, compartiendo época y espíritu con figuras como García Lorca, Dámaso Alonso, Pedro Salinas o Gerardo Diego. Pero mientras muchos buscaban la cima en la fama, Antonio la buscó en el conocimiento y el compromiso.

Oliver representa ese perfil de intelectual íntegro, que creyó en el poder de la cultura como herramienta de transformación social, y que luchó, junto a su inseparable Carmen Conde, por acercar la literatura a los que menos tenían. Su vida es un eslabón más en esa cadena de cartageneros ilustres que, por desgracia, la historia oficial apenas recuerda y que esta tierra, tan rica en talento como pobre en memoria institucional, sigue teniendo pendiente de reivindicar.

El joven telégrafo que soñaba con poesía

Antonio ingresó joven en el Cuerpo de Telégrafos. Aquel trabajo le dio sustento, pero fue la poesía la que le dio alas. Su primer poemario, Mástil (1925), respiraba un lirismo limpio, con tintes juanramonianos, donde ya se intuía su pasión por la belleza cotidiana. Con Tiempo cenital, se adentró en el universo de las vanguardias, y en Guardado llanto mostró su rostro más íntimo, tras la tragedia de perder a su hijo recién nacido.

Publicidad

La poesía de Oliver no fue rimbombante ni efectista. Fue honesta, clara, comprometida con la vida sencilla. En Libro de loas celebró los días corrientes, las gentes humildes, la naturaleza amable. Una lírica de manos limpias, de verbo sereno, que le valió el Premio Polo de Medina.

Publicidad

Un matrimonio de letras y compromiso

El encuentro con Carmen Conde, allá por 1927, fue tan literario como vital. Se casaron en 1929 y juntos dieron vida a un proyecto pionero: la primera Universidad Popular de Cartagena, creada en 1931. Aquel sueño compartido era un desafío: acercar la cultura, los libros, el pensamiento, a los obreros, a las mujeres, a los jóvenes sin recursos. ¡Y lo lograron!

Pero la historia de este matrimonio también conoció las sombras. La pérdida de su hijo, los caminos separados que tomó Carmen, su relación con Amanda Junquera, los años de exilio interior tras la Guerra Civil… Todo ello convivió con una complicidad intelectual que nunca se rompió. Oliver y Conde se reencontraron en el Madrid de posguerra y siguieron construyendo cultura desde el esfuerzo y la discreción.

El sabio al que escuchaban los libros

Antonio Oliver no fue solo poeta. Fue un crítico y ensayista de primer nivel, profundo conocedor del Siglo de Oro. Escribió obras esenciales sobre Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Garcilaso… Fue profesor, conferenciante, bibliotecario, e incluso restaurador del archivo personal de Rubén Darío en Nicaragua. Por esta labor, fue condecorado por el gobierno nicaragüense y recibió el título de doctor honoris causa.

Dirigió la Cátedra Rubén Darío en la Universidad de Madrid y fue fundador del Seminario-Archivo Rubén Darío, lo que le consolidó como una de las voces más autorizadas en estudios hispanoamericanos.

Su erudición nunca fue altiva: Oliver escribía para enseñar, no para presumir. Quería que la historia de la literatura sirviera para comprender mejor al ser humano, a los pueblos, a los tiempos convulsos que les tocó vivir.

El cartagenero olvidado entre las páginas del tiempo

Pese a su extensa obra, su aportación pedagógica, su visión avanzada y su lugar en la historia de la cultura española, Antonio Oliver Belmás ha sido injustamente relegado al olvido, como tantos otros cartageneros universales: Isaac Peral, Jiménez de la Espada, Carmen Conde, Asdrúbal, Cornelio Balbo, Blasco de Garay, Leopoldo de Cueto, o Eladia María García.

Cartagena no puede permitirse más indiferencias con sus hijos ilustres. Antonio Oliver no merece ser sólo el nombre de una calle, ni una placa que se lee sin emoción. Merece un lugar en las escuelas, en las bibliotecas, en los corazones de quienes entienden que la cultura es memoria y la memoria es justicia.

Un adiós sereno, como su obra

El 28 de julio de 1968, Antonio Oliver falleció en Madrid. Su vida se apagó con discreción, como había sido siempre su modo de estar en el mundo. Pero sus versos, su pensamiento, su vocación de enseñar y construir una sociedad más culta, más justa, más humana, siguen resonando como un susurro firme y necesario.

Cartagena le debe un homenaje sincero. Uno de esos que no se olvidan a la semana. Uno de esos que, como los libros que él tanto amó, perduran.

Antonio Oliver Belmás: cartagenero esencial, maestro silencioso, poeta del alma cotidiana.

Que su ejemplo nos sirva para no olvidar nunca que esta tierra, además de historia, tiene futuro… si sabemos recordar.

(Visited 6 times, 1 visits today)
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Desplazamiento de Imágenes

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Publicidad