Hay páginas en la historia de Cartagena que no brillan por su oro ni por su piedra, sino por la luz que trajeron a las almas. Una de ellas se escribió en la calle Gisbert, cuando la ciudad portuaria se adelantó a toda España para sembrar la semilla de una nueva educación: las primeras Escuelas Graduadas del país.
El origen de una idea
A finales del siglo XIX, la enseñanza en España se encontraba rezagada. Las escuelas unitarias, con niños de todas las edades compartiendo un mismo pupitre, eran reflejo de un sistema obsoleto. Pero en Cartagena soplaban vientos de renovación.
Un grupo de maestros visionarios, encabezados por Enrique Martínez Muñoz y Félix Martí Alpera, soñaba con traer al país el modelo europeo de escuela graduada, donde el alumnado avanzara por niveles, con espacios higiénicos, ordenados y pensados para educar en cuerpo y mente.
La idea se gestó desde el claustro y el Ayuntamiento supo escucharla. Bajo el impulso del alcalde Mariano Sanz Zabala, se colocó la primera piedra el 9 de diciembre de 1900, en un acto presidido por el ministro de Instrucción Pública Antonio García Alix. Era el inicio de una revolución silenciosa.
Ángel Bruna: el alcalde educador
Sería el siguiente alcalde, Ángel Bruna Egea, quien tomaría las riendas del proyecto con una determinación ejemplar. Bruna no solo construyó un edificio, sino un símbolo. Encomendó al arquitecto Tomás Rico Valarino la obra del centro escolar, y envió a los maestros Martínez Muñoz y Martí Alpera a recorrer Europa para estudiar las mejores experiencias pedagógicas.
Querían aprender de los franceses, los suizos y los belgas, para aplicarlo aquí, en Cartagena, una ciudad obrera y marinera que entendía que el progreso solo podía nacer del saber.
El edificio, levantado en la calle Gisbert, respiraba modernidad: amplias aulas llenas de luz, patios de recreo, ventilación, laboratorios y hasta una pequeña biblioteca. Todo pensado con criterios de higiene, disciplina y formación integral.
La inauguración del cambio
El 5 de octubre de 1903, las Escuelas Graduadas abrieron sus puertas. Era la primera vez en España que se aplicaba, de forma real y estable, un sistema educativo por grados.
Niños y niñas tenían aulas distintas, profesores especializados por niveles y materiales adaptados a cada curso. Fue una revolución pedagógica que llamó la atención de todo el país.
El propio Joaquín Costa, regeneracionista convencido, llegó a decir que Cartagena era “la Covadonga de la enseñanza española”, por haber iniciado la reconquista de la cultura y la educación.
El impacto nacional
Desde Cartagena, el ejemplo se extendió rápidamente. El modelo de escuela graduada se convirtió en la base de la educación pública moderna.
Los ayuntamientos empezaron a imitar aquel esquema que garantizaba orden, higiene y eficacia. La enseñanza dejaba de ser un espacio improvisado para convertirse en una auténtica institución de progreso.
Además, las Escuelas Graduadas sirvieron para dignificar al maestro. La profesión docente empezó a reconocerse como esencial para el desarrollo nacional. Los maestros ya no eran “los últimos del escalafón”, sino los primeros sembradores del futuro.
La huella de un sueño
Con el tiempo, el edificio de la calle Gisbert fue testigo de generaciones enteras de cartageneros que aprendieron a leer, a escribir y a pensar entre sus muros. Allí, la educación dejó de ser privilegio para convertirse en derecho.
Hoy, al recordarlo, no hablamos solo de historia, sino de un acto de justicia con quienes creyeron que un país solo puede levantarse sobre la cultura y el conocimiento.
Versos para una escuela.
(Décimas y quintillas al estilo del trovo del Campo de Cartagena)
Décima
En Gisbert, una mañana,
brotó un templo del saber,
y en sus muros fue a nacer
la esperanza más temprana.
Cartagena soberana
de la escuela fue bandera,
y una luz tan verdadera
iluminó el porvenir,
que el mar quiso aplaudir
la lección de su cantera.
Quintilla
Fue Bruna el alma entera,
Rico el que alzó la arcilla,
y en noble pedagogía
nació una España pionera
de justicia y de alegría.
Décima final
De aquel gesto generoso
brotó un sueño universal,
que hizo grande al litoral
y al maestro, más valioso.
El futuro, luminoso,
se encendió junto al mar,
y aún parece resonar
la voz que entonces decía:
“Cartagena enseña al día
que España puede educar.”







