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Crónicas de un Pueblo. – Castillico del Miedo: sombras de piedra frente al Mar Menor

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El camino hacia Los Urrutias desde El Algar es recto, sencillo, casi monótono. Pero en un punto del trayecto, sobre una pequeña loma, la silueta de un viejo molino rompe la línea del horizonte.

Sus muros, desgastados por siglos de viento salino y sol implacable, parecen vigilar al viajero desde tiempos inmemoriales.

Ese es el Castillico del Miedo, nombre que en la comarca provoca aún hoy un leve escalofrío, aunque nadie se ponga de acuerdo en si se debe más a la geografía o a las historias que, como el salitre, se han incrustado en la memoria de los lugareños.

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Un vigía sobre la Rambla del Miedo.

El molino se alza junto a la Rambla del Miedo, un cauce que desciende desde la Sierra Minera hacia el Mar Menor, arrastrando en épocas de lluvias todo lo que encuentra a su paso.

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Desplazamiento de Imágenes

El nombre de la rambla, según dicen los más viejos, viene de tiempos en que las crecidas sorprendían a pastores y pescadores, tragándose animales y arrastrando carros enteros hasta el mar.

El miedo, en este caso, era literal: había que respetar esas aguas repentinas.

Pero el molino heredó no sólo el topónimo, sino una presencia inquietante. Quizá por su forma de torre recortada contra el cielo, quizá por el silencio que lo envuelve incluso cuando sopla el viento.

Allí, en lo alto, parece más un centinela que una herramienta de labranza.

La leyenda del Tío Belmonte.

Cuentan los ancianos de Los Urrutias que, a mediados del siglo XX, vivía en una casa frente al molino un hombre apodado el Tío Belmonte.

Era aguador de oficio, pero su carácter hosco y su mirada dura le habían ganado la desconfianza de todos. Los niños cruzaban de acera para no pasar junto a él, y los mayores evitaban quedarse demasiado tiempo en su compañía.

La historia más repetida habla de un episodio oscuro: Belmonte cortejaba sin éxito a la tendera de un caserío cercano. Ella, harta de sus insinuaciones, lo rechazó de forma pública. Dicen que, humillado, juró venganza.

Y una noche, junto a su hijo, esperó al marido de la tendera en un sendero que llevaba a la playa.

El hombre nunca volvió. Oficialmente, fue un accidente en la rambla. Pero en las cocinas y corrillos del pueblo, todos murmuraban que no había sido la lluvia la que lo arrastró.

Sea o no cierto, desde aquel día los niños no sólo temían la figura del Tío Belmonte, sino también el molino que parecía vigilar desde lo alto, como testigo mudo de secretos inconfesables.

El molino y sus noches

De día, el Castillico del Miedo es ruina y piedra. De noche, es otra cosa. Los que han pasado por la zona al caer el sol juran que la loma adquiere un tono más oscuro que el resto del paisaje, como si las sombras fueran más densas allí.

Algunos dicen haber visto una figura alta recortada en la entrada del molino, inmóvil, como esperando. Otros han escuchado golpes secos, como si la rueda de molienda volviera a girar, aunque hace décadas que está rota.

Los pescadores que regresan tarde evitan pasar por el camino de la rambla; prefieren dar rodeos, “por si acaso”. Y aunque nadie reconoce creer en fantasmas, pocos se atreverían a quedarse a solas junto al molino una noche sin luna.

Entre historia y leyenda.

La realidad es que este molino, catalogado como Bien de Interés Cultural, fue una pieza esencial en la vida agrícola de la zona.

Allí se molía el trigo que alimentaba a familias enteras. Su ubicación elevada no sólo aprovechaba el viento, sino que servía de punto de referencia para quienes navegaban por el Mar Menor.

Pero los pueblos no viven sólo de historia documentada: viven también de las narraciones que se cuentan al calor de la lumbre, de las medias verdades y de las exageraciones. Y el Castillico del Miedo se alimenta de todo eso.

Su abandono actual lo ha convertido en un fantasma arquitectónico, un recuerdo en piedra de una época en la que la vida rural, el mar y las leyendas se mezclaban sin fronteras claras.

Epílogo: el vigía que aún observa.

Cada verano, cuando el sol cae sobre el Mar Menor y tiñe de rojo las aguas, la sombra del molino se alarga como un dedo que señala al viajero. Muchos no le prestan atención; otros, los que conocen su nombre, lo miran de reojo.

El Castillico del Miedo no necesita luces ni gritos para imponerse. Está ahí, en lo alto, guardando historias que quizá nunca se contarán enteras.

Y mientras el viento siga soplando sobre la loma, su leyenda seguirá creciendo, porque en este rincón del Campo de Cartagena, a veces, la piedra y el miedo son la misma cosa.

Poema.

 

Sombras en la loma.

 

En la loma solitaria,

donde el viento nunca calla,

se levanta la muralla

de una torre centenaria.

Piedra vieja, legendaria,

vigía de mar y cielo,

guarda en su frío anhelo

secretos de voz prohibida,

y entre sus muros la vida

se arropa con negro velo.

 

Dicen que en noches sin luna

se escuchan pasos errantes,

golpes secos, susurrantes

como marea oportuna.

Que una figura oportuna

vigila desde la entrada,

con su sombra desvelada

por un rayo de tormenta,

y en la brisa se alimenta

de memoria abandonada.

 

Tío Belmonte, mal nombre,

con su gesto impenetrable,

se volvió el eco insondable

de esta historia que se esconde.

La rambla su miedo infunde,

el molino lo recoge,

y en la penumbra se acoge

la leyenda y su misterio,

un rincón del cautiverio

que en el tiempo nunca afloje.

 

Hoy tus muros derrumbados,

siguen firmes al poniente,

testimonio persistente

de veranos olvidados.

Pero en sueños reclamados,

volverás con nueva vida,

y la historia, redimida,

dejará que el sol ampare

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y en tu sombra no compare

el temor de la partida.

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