Hay colinas que guardan silencio, y otras, como el Molinete, que parecen susurrar historias cada vez que el viento acaricia sus laderas. El 21 de junio de 1974, con un cohete lanzado desde la plaza de la Tronera y el rugido de palas mecánicas, comenzaba la demolición de sus últimas viviendas. Fue un día que marcó un antes y un después en Cartagena, no solo por lo que se destruía, sino por lo que empezaba a revelarse bajo cada palada de tierra.
Presidían aquel acto el alcalde Luis Roch Sánchez y el gobernador civil de Murcia, Alberto Ibáñez Trujillo. Lo que para muchos era un acto de modernización, para otros fue el principio del despertar de una memoria dormida bajo los escombros. Porque el Molinete no solo era un barrio… era la historia de Cartagena escrita en piedra, cal y carne viva.
De bastión cartaginés a foro romano.
Este cerro, conocido en tiempos antiguos como el Mons Arx Asdrubalis, fue la joya estratégica de la Qart Hadasht fundada por Asdrúbal el Bello en el año 227 a.C. Se cree que en su cima se alzaba su palacio, dominando la ciudad y el puerto, custodiado por las otras colinas sagradas. En él latía el corazón político y militar del poder cartaginés.
Tras la conquista romana en el año 209 a.C. a manos de Publio Cornelio Escipión, el Molinete se adaptó al nuevo orden. Carthago Nova lo convirtió en centro urbano y espiritual: termas, templos, foros, pórticos, calles empedradas y tabernae se levantaron sobre sus laderas. De esa época nos llegan hoy, tras años de excavaciones, los restos del foro del Molinete, uno de los conjuntos arqueológicos más importantes de España.
El barrio que cayó en la noche.
Con los siglos, el esplendor se fue apagando y el Molinete se transformó en un barrio popular, obrero y densamente poblado. Pero sería entre los siglos XIX y XX cuando el cerro adquiriría una fama peculiar, que le haría ganarse el título no oficial de “el prostíbulo más grande del levante cartagenero”.
La Cartagena industrial, militar y portuaria era una ciudad repleta de soldados, marineros, operarios y aventureros. Hombres solos, de paso o de larga estancia, que buscaban distracción en noches húmedas y calles oscuras. El Molinete se llenó de casas de lenocinio, cafés cantantes, cabarés, tabernas, y locales de nombres tan sugerentes como “El Gato Negro”, “La Puñalá“, “Kentucky” o el mítico “Trianón”.
Allí, la prostitución no solo era tolerada: estaba regulada. Existían controles sanitarios, listas oficiales y hasta cierta complicidad institucional, en un equilibrio entre moral aparente y economía oculta. Era la válvula de escape de una ciudad que prefería mirar hacia otro lado.
Caridad la Negra y las reinas del Molinete.
De aquella época nos queda el eco de nombres como Caridad la Negra, una de las mujeres más emblemáticas del Molinete. Fue madame, empresaria, protectora de las chicas, y figura de leyenda. Durante la Guerra Civil, salvó vidas, protegió a perseguidos y se enfrentó a saqueadores. Evitar el asalto a la Basílica de la Caridad en julio de 1936 fue uno de sus mayores actos de valentía. De origen humilde, acabó siendo una figura querida y respetada, tanto por oficiales como por vecinos.
Y junto a ella, cientos de mujeres que ejercían el oficio más viejo del mundo, muchas empujadas por la miseria, otras por la necesidad. Niñas de apenas trece años, mujeres migrantes, lesbianas perseguidas… todas invisibles, todas protagonistas de una historia que nunca se contó desde su voz.
1974: El día en que el Molinete tembló.
Y así llegamos al 20 de junio de 1974. Las máquinas entraron sin poesía, sin pausa. Con cada casa derribada, no solo desaparecía un tejado, sino también una historia, un suspiro, una fotografía. Aquella operación de “regeneración” no dejó rastro del barrio
marginal, pero tampoco respetó sus huellas romanas ni su memoria social. Fue demolición sin arqueología, olvido sin respeto.
Pero el Molinete no murió.
Bajo la tierra, Roma resucita.
Años después, cuando por fin llegaron los arqueólogos, el cerro comenzó a hablar. Y lo hizo con fuerza. A cada palada, emergía un trozo de la antigua Carthago Nova: mosaicos, muros, columnas, termas, inscripciones, frescos, monedas, utensilios… el alma dormida de una ciudad de más de dos mil años.
Hoy, el Parque Arqueológico del Molinete permite recorrer esos vestigios con emoción y asombro. Pasear por él es pisar Roma, es escuchar a Cartago, es rendir homenaje a todas las vidas que por allí pasaron. Desde Asdrúbal hasta Caridad la Negra, desde Escipión hasta las lavanderas del siglo XX.
Molinete, espejo de Cartagena.
El Molinete es Cartagena en miniatura: esplendor, decadencia, silencio, lucha y resurrección. No se puede entender la ciudad sin él. Bajo su piel aún quedan secretos por desenterrar, y cada nueva campaña arqueológica es una promesa de asombro.
Cuidarlo, conservarlo, conocerlo… es amar Cartagena con los ojos bien abiertos.
Porque bajo cada piedra del Molinete late una historia, y bajo cada palada brota el alma de la vieja Qart Hadasht y la eterna Carthago Nova.
El corazón del Molinete Poema de Kchi
Sobre un cerro dormido entre calles viejas, donde el viento silbaba historias púnicas,
y el sol besaba tejas rotas y rejas, nació un barrio de lumbre y crónicas.
Fue palacio de Asdrúbal el Bello, vigía de Cartago y su fortuna, y aunque el tiempo le borró su destello, quedó su alma tatuada en la luna.
Roma alzó sus foros, pórticos, termas, llenó de mosaicos sus madrugadas, y bajo el polvo que el silencio enferma, reposan ánforas, risas y espadas.
Pasaron siglos… y el cerro cambió, se llenó de guitarras y de penas, de mujeres que el amor lo vendió, y de hombres de uniforme y condenas.
El Molinete, burdel del Levante, guarida de deseo y fantasía, donde el pecado bailaba elegante al ritmo de copas y melancolía.
Caridad la Negra fue su reina, con voz firme y corazón de escudo, quien a la guerra le puso cadena y a la injusticia, un gesto mudo.
Pero un día, con ruido de palas, se llevó el viento tejados y besos, bajo promesas de avenidas claras, se sepultaron abrazos traviesos.

Y entonces, Roma habló desde el suelo, brotaron columnas, frescos, y un canto; el cerro mostró su viejo anhelo de que la historia no muera en el llanto.
Hoy caminamos por calles de piedra, que fueron foro, prostíbulo y guerra, y cada paso es una promesa de que su esencia jamás se