
Escucha nuestro podcast "Cosas de una ciudad con Mar", de ¿Dónde Comemos? Cartagena. Pulsa reproducir en navegador en la pantalla de abajo.
Cabo de Palos, Cartagena, 4 de agosto de 1906. El sol brillaba sobre el horizonte cuando una columna de humo negro surcó el cielo de las Islas Hormigas. Era el Sirio, un vapor italiano de 7.000 toneladas, que con más de mil almas a bordo —entre pasajeros, emigrantes y tripulación— se dirigía a América en busca de sueños. Nunca los alcanzaría.
A toda máquina, y por causas aún hoy no del todo claras, el buque embarrancó violentamente en el Bajo de Fuera, una trampa de piedra y coral bien conocida por los marineros de la zona. Lo que siguió fue un infierno: explosión de calderas, una escora mortal a estribor, gritos desgarradores, cuerpos arrojados al mar y el caos propio de las grandes tragedias humanas.
Una tierra que no abandona a nadie
Pero la historia del Sirio no es solo una historia de muerte. Es, sobre todo, una historia de humanidad. Y Cartagena, una vez más, respondió con el alma.
Desde Cabo de Palos, los pescadores locales no dudaron. Dejaron las redes, abandonaron los aparejos, y con sus barcas surcaron las aguas embravecidas hacia el lugar del naufragio. Encabezándolos, un hombre se haría leyenda: Vicente Buigues, conocido como el Tío Potro, patrón del pailebote Joven Miguel. Fue el primero en llegar al casco roto del Sirio, jugándose la vida para rescatar a los náufragos que colgaban de sogas, astillas y rezos.
Los testimonios de la época cuentan cómo Vicente, sable en mano, tuvo que imponer orden para evitar que el miedo hundiera también las barcas de salvamento. Salvó decenas, quizás cientos de vidas. Detrás de él, llegaron los barcos San José, Francisca, Virgen de los Ángeles, Vicente Lacamba y otros tantos sin nombre, pero con historia.
Cabo de Palos, ese pueblo marinero de corazón recio y manos curtidas, fue el refugio de los desesperados. Y Cartagena entera —como ya hiciera en tantas otras ocasiones— se volcó en auxiliar: el Teatro-Circo se convirtió en hospital improvisado, se abrieron casas particulares, se donaron alimentos, se tendieron brazos y se ofreció calor humano donde la mar había dejado dolor y sal.
El Sirio: el Titanic del Mediterráneo
La magnitud de la tragedia fue comparable a la del Titanic, ocurrido apenas seis años después. Más de 300 muertos, aunque muchos testigos aseguran que fueron bastantes más, pues se viajaba con emigrantes clandestinos que no figuraban en las listas.
Y sin embargo, ¿quién recuerda hoy al Sirio? ¿Dónde están sus películas, sus documentales, sus homenajes?
El Titanic tuvo prensa, poder y poesía. El Sirio tuvo salitre, heroísmo anónimo y silencio institucional. Lo uno fue tragedia internacional con eco eterno. Lo otro, dolor local con eco breve.
¿De quién depende la memoria?
La historia de Cartagena —tan rica como injustamente silenciada— está llena de momentos así: el asedio cartaginés y romano, la revolución cantonal, las proezas navales, las mujeres obreras, el progreso modernista, las hazañas científicas, las tragedias humanas como la del Sirio… Y, sin embargo, rara vez somos portada.
¿Por qué? ¿Quién decide qué merece ser recordado?
La respuesta duele: depende de quienes narran la historia. Depende de que exista voluntad política, cultural y educativa para levantar la voz. De que Cartagena recupere no solo su voz, sino su lugar. Porque mientras otros levantan mitos con poco, aquí aún seguimos esperando que alguien se digne a mirar nuestras gestas con el respeto que merecen.
Epílogo
Hoy, los restos del Sirio yacen bajo el mar, abrazados por la Reserva Marina de Cabo de Palos e Islas Hormigas. Allí duermen los cuerpos, los sueños y los secretos de un día de verano que cambió la vida de muchas familias.
Pero en la memoria de los pescadores y sus descendientes, en la vieja sal de la costa y en los corazones de quienes aún creen en la verdad de los pueblos, sigue viva la historia. Y mientras eso ocurra, el Sirio no se hundirá del todo.
Poema: “El llanto del Sirio”
En la hora dormida del agosto caliente,
surcaba el Sirio el azul de la suerte,
con almas cargadas de patria lejana
y sueños bordados en una esperanza.
Silbó el vapor con voz de gigante,
rompiendo el mar con su piel palpitante.
Mas bajo el lecho de sal y de roca,
esperaba la trampa que el mapa no toca.
Rugió el acero, tembló la madera,
el cielo tembló como brasa sincera,
y el miedo prendió como fuego en la bruma
cuando el Sirio se abrió como herida sin cura.
Gritaban los niños, rezaban abuelas,
huían los cuerpos sin norte ni estrellas,
las barcas caían, las almas volaban
y el mar devoraba lo que no flotaba.
Pero entonces llegaron del sur de la vida
los hombres del salitre, la piel curtida
Vicente el del Potro, patrón de coraje,
remando esperanza en medio del viaje.
Tendió su pañuelo, su brazo, su lanza,
salvando a la vida con alma y templanza.
Cartagena entera se vistió de abrigo,
y el llanto se hizo consuelo y abrigo
¿Y por qué el Sirio no ocupa las letras
de los libros nobles, de gestas secretas?
¿Dónde el recuerdo, el canto, la gloria
de un pueblo que escribe con sal su memoria?
Quizá porque no hubo salón ni riqueza,
ni nombres sonoros en la lista extensa.
Pero hubo humanidad, coraje y ternura…
¡y eso es más noble que la literatura!
Duermen los restos bajo el azul viejo,
pero aquí en la costa hay quien dice al espejo
“Sirio, no mueras del todo, no calles,
que el alma del pueblo aún rema en tus calles.”