El hombre que trovó versos desde la mina hasta la gloria popular
En los surcos de la historia de Cartagena y La Unión, donde la tierra se abría para parir mineral y miseria, nació un hombre que no extraía solo plomo o plata de las entrañas del suelo, sino versos vivos, improvisados, con alma de pueblo y rigor de academia. Se llamaba José María Marín, y el 26 de junio de 1936, en una humilde casa del Barrio del Peral, la número 13 de la calle Santa Teresa, se apagó la voz que muchos aún llaman el rey de los trovadores.
Infancia y juventud entre escombros y sueños
José María Marín vio la luz el 18 de julio de 1865 en La Palma, pedanía cartagenera de profundas raíces rurales. Criado en un entorno humilde, fue como tantos otros niños del arado primero y más tarde del pico y el barreno. Con 14 años bajaba ya a los pozos de la Sierra Minera de Cartagena-La Unión, donde la vida valía lo que durara un lomo sano y una lámpara encendida.
En aquellas galerías de oscuridad y esfuerzo, aprendió también a jugar con la luz de las palabras. Los mineros no solo cantaban penas, también reían con versos: fue allí donde Marín comenzó a trovar, ese arte nuestro de improvisar con ingenio y compás, entre esquirlas, sudores y esperanzas.
En el fondo de una mina,
donde el sol nunca se asoma,
nació mi décima aroma
como una flor clandestina.
Y en la sangre cartagenera,
que al dolor le pone rima,
fui labrando, verso a verso,
la voz de la gente obrera.
Kchi
Del tajo al escenario
Además de minero, Marín fue seminarista, peón de albañil, labrador… y, por encima de todo, poeta del pueblo. Nunca dejó de aprender. Cursó por su cuenta estudios básicos y dominaba el latín, el castellano y la geografía, lo que enriqueció profundamente su lenguaje poético.
“Supo tan dura ser la suerte mía,
que sólo conseguí, para mi daño,
del bachillerato el primer año
en latín, castellano y geografía.”
José María Marín
Su voz, firme y templada, fue ganando fuerza en cafés cantantes, veladas populares y duelos de ingenio, donde se batía en honor y métrica con otros grandes como Castillo, Vidal, El Minero y Pedro el Morato, a quien venció siendo apenas un muchacho.
Pero Marín no se conformó con improvisar por instinto. Le puso estructura al arte del trovo. Impuso la décima espinela, respetó las normas métricas, y elevó el trovo a categoría de “gaya ciencia”. Fue él quien sentó las bases del “cantaor del trovo”, figura que hoy sigue siendo clave en las veladas flamencas y populares de la Región de Murcia.
En cafés y en escenarios,
con guitarra o voz al viento,
mi palabra fue cimiento
de trovadores legendarios.
No hay verso sin fundamentos,
ni gloria sin disciplina;
que quien trova con medida,
tiene el arte por doctrina.
Kchi
Legado que no muere
Entre los versos que nos dejó, brillan especialmente sus glosas fúnebres, como esta nacida tras visitar el cementerio de su pueblo:
“Me encontré una calavera
con una marca en la frente;
cuando la honra se empaña
no la limpia ni la muerte…”
José María Marín
Su palabra, aunque improvisada, tenía la profundidad de quien conoce el alma humana. Y cuando ya no se le podía ver en los escenarios, su eco seguía resonando en cualquier duelo de troveros, porque sus enseñanzas no se las llevó el viento.
Murió a los 71 años, sin riquezas ni honores académicos, pero con el cariño de un pueblo entero. Fue enterrado en el cementerio de San Antón, donde reposa un epitafio que, sin haberlo escrito, parece surgido de sus propios labios:
“A rezar y a llevar flores
muchos a mi tumba irán;
aquí descansa, dirán,
el rey de los trovadores.”
Lápida de José María Marín
La llama que no se apaga
Hoy su nombre sigue vivo, no solo en la memoria popular, sino en los versos nuevos que se cantan gracias a la labor de la Asociación Trovera José María Marín, entidad cultural que lleva años sembrando el arte del trovo entre jóvenes, niños y amantes de la tradición.
Con sede en Cartagena, esta asociación impulsa talleres de trovo, organiza encuentros y veladas poéticas, y participa activamente en festivales como el de La Unión o Trovalia, garantizando que el trovo no quede relegado a una nostalgia muerta, sino que palpite entre las voces de nuevas generaciones.
Si algún niño en su colegio
juega a rimar con pasión,
ya se ha sembrado el renglón
que florecerá sin pellejo.
Y si el verso es privilegio
de quien lo canta de frente,
el trovo vive en la gente
que lo aprende sin espinas
como voz de las minas
que resucita viviente.
Kchi
Un rey sin corona, pero eterno
José María Marín fue un hombre humilde con verbo grande, un minero con alma de trovador, un sabio popular que convirtió la vida en verso. Su nombre no está escrito con letras de oro en libros oficiales, pero en cada décima improvisada que nace desde el alma, hay un poco de su esencia.
Mientras haya quien improvise con respeto, quien rime con honra, y quien eleve el arte del pueblo con dignidad, el rey de los trovadores jamás morirá.
Poema.
Al rey del trovo (A José María Marín)
Nació en tierra laboriosa,
de esparto, cal y campana,
y fue su cuna temprana
La Palma, flor silenciosa.
Ni la infancia fue piadosa,
ni la mina dio clemencia,
pero tuvo la conciencia
de que el verso, con pasión,
podía ser redención
y bandera de la esencia.
En la mina halló el acero,
la dureza y la metralla,
y allí en vez de la batalla
se forjó como trovero.
Le cantaba al jornalero,
al amor y la injusticia,
no buscaba la noticia
ni el aplauso presuntuoso,
le bastaba ser honroso
y rimar con la justicia.
Con la pala y el candil,
con la cal y la carreta,
con la décima completa
y un ingenio sutil,
fue sembrando por abril
y por julio, verso y canto,
y en su pecho, sin quebranto,
guardó el alma de esta tierra
que, aunque sufre, canta y cierra
cada estrofa sin espanto.
Lo llamaban el maestro,
el decano y el valiente,
porque hallaba entre la gente
la rima que hacía el gesto.
Fue al trovo como un ancestro,
lo elevó desde la mina
a una altura tan divina
que aún hoy su nombre resuena
cuando el pueblo alza su pena
con voz firme y cristalina.
Hoy descansa en San Antón,
donde florecen sus glosas,
y en las noches silenciosas
le despierta algún renglón.
No le hace falta un bastón,
ni corona, ni sepulcro,
le basta el eco, el murmullo
de un joven que improvisando
siente que le está escuchando
Marín desde su refugio.
Que no muera su camino,
ni el trovo ni su legado,
que siga siendo sembrado
como el más fértil destino.
Porque hay fuego en el molino,
y hay cantera en el chaval,
si la rima es natural
y el respeto es su bandera,
Cartagena y su cantera
lo harán eterno, inmortal.
Jose Antonio Martinez.
Kchi.