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Crónicas de un Pueblo. – Romanones en Cartagena: islas, banco y verano en el corazón del Mar Menor.

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En los años en que la alta política se escribía a golpe de telegrama y tertulia, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones —tres veces presidente del Gobierno y magnate de los negocios— puso los ojos (y el capital) en Cartagena y su comarca natural. Aquí no fue solo estadista: fue propietario de islas, impulsor bancario, socio de empresarios locales y veraneante distinguido en un palacete neomudéjar que aún hoy late en la memoria del Mar Menor.

¿Cuándo y a quién se compró?

La isla fue primero del barón de Benifayó (Julio Falcó d’Adda), que la adquirió en el s. XIX y mandó construir allí un palacete neomudéjar (la “Casa del Barón”).

Tras el barón, sus herederos vendieron la isla a la familia Figueroa (condes de Romanones) a comienzos del s. XX. Fuentes locales sitúan la compra “hacia 1920”; otras notas divulgativas la enmarcan igualmente a inicios del siglo. Hoy sigue en manos de los herederos de la familia Romanones.

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La hemerografía local indica que Romanones “aparece visitando” las islas del Mar Menor desde 1907, lo que documenta estancias y uso recreativo (caza/baños de mar) en el entorno, incluyendo la Isla del Barón con su casa.

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Décima

En Cartagena encontró

su camino y su reflejo,

del mar menor hizo espejo

y en sus islas descansó.

Su riqueza desplegó,

con empresas y amistades,

tejió hondas realidades

en banca, minas y puerto,

y dejó un sello bien cierto

de poder y voluntades.

 

Las islas del Mar Menor: compra, donación y un palacete en alto

A comienzos del siglo XX, Romanones fijó su mirada en las islas del Mar Menor. La hemerografía lo sitúa visitándolas ya en 1907. Poco después donó Perdiguera en 1921 al Estado, que la convirtió en campo de tiro para la escuela aérea de Los Alcázares. Un gesto que reforzaba su prestigio nacional y lo anclaba en la vida de la comarca.

La Isla Mayor o del Barón, con su casa neomudéjar en lo alto, fue comprada por los Figueroa hacia 1920. Desde allí, los veranos se llenaban de baños al amanecer, tertulias a la sombra y paseos entre cenizas volcánicas.

Qué se hacía y cómo se vivía en verano

Estancia en la “Casa del Barón”: vivienda de una planta con un pequeño embarcadero y casita del guarda. El interior se organizaba con dos galerías en cruz y accesos al Norte y a Mediodía (hacia el mar); arriba, un torreón que domina la laguna.

Ritmo de veraneo del Mar Menor (primer tercio del s. XX): baños estivales (“novenarios” de agosto), salidas en lancha a balnearios y paseos ribereños (La Encarnación, 1904), y sociabilidad burguesa entre ribereños y forasteros. La Casa del Barón era la residencia de verano de la familia Romanones.

Usos recreativos: baños diarios en aguas templadas, paseos en falúas y jornadas de campo por la isla (entonces de uso privado), con presencia de guardas para la vigilancia. La tradición de la isla era ser usada como lugar de caza y recreo.

 

Quintilla

Palacio sobre la mar,

torre de sombra y leyenda,

donde el poder se encomienda

a la brisa de salgar,

y al rumor que nunca ofenda.

 

Banco de Cartagena: capital para un puerto minero.

En 1900 se fundó el Banco de Cartagena, creado para financiar la exportación de minerales de La Unión. Romanones participó en su arranque y confió la dirección a su hombre en la plaza, Joaquín Payá López. Desde allí se gestionaban créditos, pólizas y seguros para navieras, exportadores y mineros. Romanones se retiró en 1908, pero el banco ya había tejido la red que necesitaba la comarca.

Participación en el Banco de Cartagena.

Cofundador y socio activo: Álvaro de Figueroa y Torres —conde de Romanones— fue uno de los impulsores de la creación del Banco de Cartagena, fundado en torno al año 1900 para potenciar la exportación minera desde la zona de La Unión y el sureste español.

Relación con Joaquín Payá López:

Joaquín Payá, diplomático y banquero, fue estrecho colaborador y amigo de Romanones. Él asumió la dirección general del banco, y llegó a ser el representante económico y político del conde en Cartagena.

Juntos fundaron entidades como la aseguradora “La Estrella”, usando la oficina bancaria de Cartagena como sede.

Salida de Romanones de la entidad:

En 1908, el conde de Romanones abandonó el Banco de Cartagena, aunque siguió vinculado a otros negocios como fundiciones, navegación, y posesiones agrícolas en el Mar Menor.

 

Décima

Con Payá trazó su alianza,

en Cartagena su fe,

y el Banco pronto se fue

abriendo a toda pujanza.

Era crédito y bonanza

para minas y comercio,

y aunque breve fue su ejercicio

del conde en la dirección,

quedó en la consolidación

de un sueño hecho edificio.

 

Minas, navieras y amistades

El perfil empresarial de Romanones se extendía: Peñarroya, Minas del Rif, Trasmediterránea, Bodegas Franco-Españolas, Electroquímica de Flix. Todo ese poder económico dialogaba con Cartagena: puerto de salida de minerales, astilleros de la SECN, rutas marítimas con Trasmediterránea, y tierras fértiles en el Campo.

Su amistad con Joaquín Payá fue clave: juntos compartieron negocios en minería, agricultura y banca. También cultivó vínculos con la burguesía minera local, como los Zapata-Maestre, reforzando un tejido económico que unía política, empresa y sociedad.

Relaciones con empresarios de Cartagena, amistades y sociedades.

Origen económico y conexiones mineras: Romanones proviene de una familia con fuertes raíces empresariales. Su abuelo, Luis Figueroa y Casaus, fue un prominente empresario minero. La familia Figueroa mantuvo relaciones duraderas con la industria minera y financiera, vinculadas al entorno cartagenero un contexto de gran riqueza e influencia regional.

Patrocinio político y judicial: Uno de sus protegidos fue José Maestre Pérez, médico, político y senador por Murcia desde 1905, que representó a Cartagena en el Congreso (1907–1914). Fue bajo el patrocinio de Romanones que Maestre creció políticamente, lo que refleja una relación directa con la élite local.

De la rivalidad a la amistad local: Con el deputado José García Vaso, político de Cartagena y posteriormente amigo, inicialmente adversario, terminó compartiendo espacio político bajo el entorno liberal romanonista.

Esta evolución representa la flexibilidad política y los vínculos personales que Romanones cultivaba incluso con sus antiguos oponentes.

Contexto empresarial cartagenero: A pesar de que Romanones no aparece vinculado directamente con sociedades empresariales formadas en Cartagena, es relevante el entramado empresarial local del momento.

Figuran nombres como José Maestre Pérez o los Zapata-Maestre, con influencia sobre minería y comercio, y alianzas generadas durante la crisis de la minería en los años 20.

 

Quintilla

De minas tuvo interés,

de barcos y de viñedo,

del campo sacó su credo

y en Cartagena otra vez

reforzó todo su ruedo.

 

Veraneante distinguido en la Isla del Barón.

En los veranos, el Mar Menor era refugio. La Casa del Barón, gemela del palacio urbano de San Pedro del Pinatar, servía de escenario a la vida social de Romanones y su círculo. Desde el torreón se divisaba toda la laguna; en el embarcadero se recibían falúas con invitados y provisiones; y en las galerías cruzadas se servían tertulias al fresco, mientras guardas vigilaban los senderos volcánicos.

 

Décima

Brillaba el agua en la orilla,

el sol doraba la arena,

y en la isla, sin cadena,

reinaba calma sencilla.

Era noble maravilla

tener casa en aquel mar,

donde el verano al llegar

se volvía eternidad,

y en Cartagena, en verdad,

su nombre supo sonar.

 

¿Por qué Romanones se fijó en Cartagena?

Porque aquí se unían mina, puerto y mar; porque el Mar Menor ofrecía verano, prestigio y discreción; porque había aliados locales con quien tramar negocios y política. Sus huellas siguen vivas: un banco que financió la exportación minera, un palacete que vigila la laguna y una red de amistades que hicieron de él parte de la historia de la comarca.

En agosto, cuando la laguna templaba el aire y el sol parecía quedarse a vivir en los tejados, la familia Romanones cruzaba el mar menor en falúa hasta la Isla del Barón.

El palacete neomudéjar, con sus galerías en cruz y el torreón vigilante, abría puertas a Norte y Mediodía para dejar pasar la brisa.

Amanecía con baños de novenario y café al porche; al mediodía, toldos, siesta y cartas; al caer la tarde, otra vuelta a la orilla, conversaciones en sillas bajas, y la lancha de intendencia arrimándose al embarcadero con pan, fruta y hielo desde la ribera.

Un guarda recorría los senderos de ceniza volcánica, y desde la torre, la mirada alcanzaba toda la redondez del Mar Menor, como si el verano tuviera allí su casa.

 

Quintilla final

Del conde queda la huella,

isla, banco y amistad,

Cartagena fue verdad

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que brilló bajo su estrella

y aún recuerda su heredad.

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