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Hay artistas que nacen en un lugar y pertenecen a otro. Hombres cuya sangre no entiende de fronteras, porque el destino les reserva una patria en el corazón y otra en la cuna. Tal es el caso de Manuel Wssel de Guimbarda, pintor excepcional que, aunque nacido en Trinidad (Cuba) en 1833, llevó siempre en las venas el pulso noble y altivo de Cartagena, tierra natal de su padre y destino final de su vida y su arte.
Un origen entre dos orillas.
Hijo de un oficial de caballería cartagenero y de una madre criolla perteneciente a una familia acaudalada, Manuel quedó huérfano muy pronto. Fue entonces cuando su padre lo trajo a España, donde viviría primero en San Fernando (Cádiz) y luego en Madrid, iniciando su formación académica en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De ese entorno nacería el Wssel pintor: disciplinado, intuitivo, poseedor de un dominio técnico asombroso y de una mirada que trascendía el lienzo.
Pero más allá del arte, había una identidad que iba gestándose en silencio: la cartagenera. En su fuero interno, el joven Wssel sentía crecer ese lazo invisible que ata al alma con la tierra de sus ancestros. Y Cartagena, más pronto que tarde, le esperaba.
Sevilla, el despertar artístico.
Antes de regresar a su verdadero hogar, Wssel vivió en Sevilla desde 1867. Allí adoptó su célebre seudónimo —Wssel de Guimbarda— y se consolidó como un pintor de gran renombre. Influenciado por Murillo, Velázquez y Ribera, destacó en las exposiciones nacionales de Madrid, Cádiz y la propia capital hispalense.
En Sevilla comenzó también su vocación docente, impulsó talleres y ejerció cargos municipales. Fue el artista total: culto, comprometido, vinculado a los espacios culturales y sociales de su época.
Pero el mar Mediterráneo llamaba. Cartagena comenzaba a resurgir con fuerza gracias al auge industrial y portuario del siglo XIX. La ciudad necesitaba arte. Y el artista, raíces.
El reencuentro con Cartagena.
En 1886, Wssel regresó definitivamente a Cartagena, instalando su estudio en la calle del Caballero, junto a la plaza San Ginés. A partir de ahí, su nombre se fundió para siempre con la historia de la ciudad.
Su talento y prestigio le abrieron de inmediato las puertas de las principales instituciones locales. Pintó techos, bóvedas y retablos de iglesias, teatros y palacios. Fue el autor de algunos de los más exquisitos frescos de la Basílica de la Caridad —donde representó a los Cuatro Santos cartageneros— y de las decoraciones del Ateneo, el Teatro Principal, el Café Imperial o la Iglesia de Santa María de Gracia.
El cartagenerismo de Wssel no fue solo pictórico. En la intimidad, se casó con Adelaida Angosto, dama de una reconocida familia local. Fundó en su casa una escuela de pintura para mujeres, algo verdaderamente revolucionario para la época. Y fue mentor de toda una generación de artistas que perpetuarían su estilo y su amor por esta tierra.
El arte como testamento.
La pintura de Wssel es un espejo del alma de Cartagena: religiosa, costumbrista, luminosa y detallista. En sus obras hay patios andaluces, retratos exquisitamente psicológicos, escenas domésticas llenas de emoción y espiritualidad, y una técnica que oscila entre la delicadeza miniaturista y la fuerza del barroco.
Algunas de sus obras más célebres, como Le gardien maure, Lavando en el patio, o Vendedoras de rosquillas, nos hablan de una España íntima y popular, viva y conmovedora, que él supo traducir en belleza sin perder verdad.
Leyendas, modelos y pasiones.
El nombre de Caridad la Negra —célebre figura del extrarradio social cartagenero— está asociado al pintor. Se dice que posó para él en varias ocasiones, y que su rostro fue el elegido para representar a María Magdalena en los frescos de la Caridad. Más allá del rumor, hay en ese detalle una clave: Wssel no pintaba para los poderosos, pintaba a Cartagena con todos sus rostros, sin distinción.
Un cartagenero de alma
Manuel Wssel de Guimbarda murió en Cartagena en 1907. No volvió a Cuba, ni quiso volver. La ciudad de su padre, la que lo acogió como hijo pródigo, lo despidió como artista consagrado y como uno de los suyos.
Más de un siglo después, su nombre sigue siendo piedra angular del arte cartagenero. En sus pinceles quedó inmortalizada una ciudad que transitaba del clasicismo al modernismo, del esplendor industrial al sentimiento espiritual.
Nació en el Caribe, pero su alma y su obra pertenecen al sureste español. Y si el arte tiene patria, la de Wssel de Guimbarda es sin duda Cartagena.
Poema.
WSSEL, HIJO DEL PINCEL Y DEL PUERTO
Naciste allá, donde el sol es canela,
en la isla de espuma y de coral,
pero tu sangre es viento de cartela,
y tu raíz, un puerto sin igual.
Tu padre, militar de vieja estampa,
llevó en su pecho el hierro y la emoción,
te dio el pulso valiente de esta rampa
donde el arte es pasión y devoción.
De Cádiz y Sevilla fuiste aroma,
color del sur, pincel de claridad,
pero al volver al fin a esta paloma,
Cartagena fue tu eternidad.
Pintaste a santos, vírgenes y obreras,
con manos de orfebre y alma de cantor,
y en la Basílica tejiste esperas
con hilo de cielo y de fervor.
Dicen que Caridad fue tu modelo,
la negra flor que al lienzo dio su luz,
mezclaste carne y ángel en tu cielo
y humanizaste el rostro de Jesús.
El Café Imperial, la Santa Gracia,
el teatro, los muros, la oración…
dejaste en cada trazo tu elegancia,
tu firma de maestro sin perdón.
Escuela abriste a manos femeninas
cuando aún era pecado imaginar,
y fuiste de la musa las espinas,
y de tu tierra, el noble capitán.
Hoy duerme en tus colores Cartagena,
te reza en los altares sin saber,
que en cada cúpula aún su alma suena
porque tú la supiste comprender.
No importa si en Cuba fue la cuna,
ni el salitre distinto del umbral,
pues tu alma, Wssel, fue siempre una:
¡Cartagena, tu patria inmortal!