No hay nada mejor que librar entre semana y estar totalmente ociosos mientras el ajetreo de la ciudad bulle ajeno a ti. Uno de esos días que te tomas de descanso y te conviertes en turista de tu propia ciudad. Paseas y ves, con la tranquilidad que da el tiempo a tu servicio, los atractivos turísticos de una ciudad que nació hace ya mucho tiempo.
Mientras el tiempo pasa de una manera distinta, se va acercando la hora de comer y surge la duda de dónde hacerlo. ¿Qué apetece comer un día laboral sin preocupaciones? Un lugar tranquilo y acogedor no estaría mal, un lugar donde la gastronomía se convierta en felicidad. Poco después llegó la respuesta. Hoy comemos en el Pincho de Castilla.
Este restaurante situado en la esquina de Ángel Bruna con Jiménez de la Espada es un restaurante asador que ofrece una cocina de una calidad suprema, donde las carnes juegan un papel principal en sus propuestas.
El restaurante cuenta con una serie de salas elegantes y acogedoras donde sentirse cómodo que aumenta positivamente la experiencia como cliente. También, en la zona de barra, cuenta con mesas para un ambiente más informal, ideal para un buen tapeo.
Aquel día de libertad decidimos comer en uno de sus salones. En el recorrido desde la zona de barra hasta nuestra mesa en una de las salas, pasamos por la zona de brasas, y ahí puedes ver como la magia surge de aquellas parrillas que impregnan la zona con olores creados por los dioses y una conjunción fuego carne que hará que desees que una de esas piezas de carne acabe en tu plato.
Una vez sentados a la mesa, nos esperaba un cuenco de deliciosa sobrasada lista para untar en pan y matar al gusanillo del hambre que empezaba a manifestarse de una manera preocupante. Echando un vistazo a su carta, decidimos rápidamente qué iba a ser el plato principal. Imágenes recurrentes de la zona de brasa aparecían en nuestra mente como flashback.
Vimos que había salmorejo y, en nuestra absurda obsesión de probar todos los salmorejos habidos y por haber, pedimos esta sopa fría cordobesa para deleite de nuestros paladares con su aterciopelado sabor.
Estamos en el Pincho de Castilla, pero también estamos en Cartagena y el mar, que corre por nuestras venas, nos fuerza a pedir sus productos, así que unas almejas al ajillo fueron el pago a las exigencias de nuestro mar mediterráneo. Las almejas, de un calibre abrumador y sabor inmejorable, estaban en su punto con un aceite ideal para acabar con una panera, y así lo hicimos.
Llegó la hora de satisfacer nuestro deseo de probar una de esas piezas que pudimos ver al pasar camino de nuestra mesa. Aunque La oferta en carnes es abundante, nosotros quisimos probar el entrecot de ternera; sin embargo, nos prometimos que en nuestro regreso probaremos a piezas más contundentes.
El sabor. Lo primero que te das cuenta es del sabor; es un sabor peculiar donde el humo ha jugado con la carne y ha mejorado sustancialmente su sabor. Es una carne que al verla cruda también apetece comerla y desprende un olor agradable que activa la salivación. Carne tierna y jugosa, acompañada con patatas y pimiento. Todo un acierto. Cantidad un poco escasa para compartir, pero ideal para un solo comensal.
Para los peques, que se unieron a nosotros a comer, les pedimos medio lenguado salvaje rebozado y acompañado de patatas fritas. El lenguado, que también lo probamos nosotros estaba increíble y los pequeños disfrutaron de un buen pescado.
Tal y como hemos dicho antes, El Pincho de Castilla es un gran restaurante con dos ambientes diferenciados, el de salón y el de taberna de barra. En ambos encontrarás la felicidad en forma de plato.
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