En el calendario de la historia de Cartagena hay fechas que brillan con luz propia, y una de ellas es el 31 de mayo de 1852, cuando en esta ciudad nacía Amalio Gimeno y Cabañas. El murmullo del Mediterráneo y el bullicio del puerto vieron crecer a aquel niño inquieto, hasta que, siendo todavía joven, sus pasos le llevaron a Valencia, ciudad donde el destino comenzó a forjarle como uno de los hombres más brillantes de su tiempo.
El joven de la bata blanca y los libros abiertos
Desde muy temprano mostró una inteligencia despierta, unida a una curiosidad sin límites. Estudió Medicina con pasión, y en la Universidad Central de Madrid alcanzó el doctorado con una tesis tan notable que fue premiada, anticipando el camino de excelencia que recorrería toda su vida. Su carrera académica lo llevó a ocupar cátedras en Santiago de Compostela, Valladolid, Valencia y Madrid, lugares donde no solo enseñó, sino que dejó sembrada la semilla del pensamiento moderno en la medicina española.
La ciencia frente a la sombra del cólera
El final del siglo XIX trajo consigo una de las peores amenazas sanitarias: el cólera. Amalio Gimeno no se limitó a observar desde la distancia; se puso al frente, defendiendo la vacunación masiva siguiendo la doctrina de Jaime Ferrán, aun cuando no todos entendían ni compartían aquellas medidas visionarias. Su firmeza salvó incontables vidas, y su nombre comenzó a ser sinónimo de compromiso, no solo con la ciencia, sino con el deber humano.
Del aula al Congreso: la medicina de la política
Cartagenero de nacimiento, español de vocación, dio el salto a la política de la mano del Partido Liberal. Fue elegido diputado, después senador vitalicio, y desempeñó con dignidad y eficacia carteras tan complejas como Instrucción Pública, Marina, Estado, Gobernación y Fomento durante el reinado de Alfonso XIII.
En la Instrucción Pública dejó su huella imborrable al impulsar la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, una institución que abrió a España las ventanas del saber internacional y permitió que jóvenes investigadores viajaran a otros países para aprender de los mejores. Su visión era clara: una nación no se levanta solo con leyes, sino con cultura, educación y ciencia.
El reconocimiento de un país
En 1920, en reconocimiento a su incansable labor, el rey Alfonso XIII le otorgó el título de Conde de Gimeno. Pero quienes le conocieron sabían que su verdadera nobleza estaba en su ética, en su modestia y en su trato cercano. Fue presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, académico de la Real Academia Española y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, títulos que no buscó por vanidad, sino como una extensión natural de su amor por el saber.
Un hombre de ciencia, palabra y corazón
Amalio Gimeno y Cabañas no se limitaba a curar cuerpos; curaba espíritus con su ejemplo, inspiraba generaciones con su magisterio y, sobre todo, llevaba siempre consigo la lealtad a sus orígenes cartageneros. En Madrid, donde pasó sus últimos años y falleció en septiembre de 1936, seguía hablando de su tierra natal como quien evoca un puerto seguro, un lugar donde la memoria se mezcla con la sal y el viento.
Legado vivo
Su vida demuestra que se puede ser muchas cosas a la vez: médico y maestro, político y humanista, servidor público y visionario. Su legado no está solo en los libros de historia, sino en cada hospital, en cada universidad y en cada mente que entiende que el conocimiento es el mayor patrimonio de un pueblo.