En la vasta y dorada alfombra del tiempo, Cartagena guarda entre sus pliegues historias que duermen en el olvido, esperando que alguien las despierte con una caricia de palabras. Una de esas historias tiene nombre árabe, aroma de mirto y ecos de mar. Se llama Hazim al‑Qartayanni, y fue uno de los más apasionados poetas que jamás haya nacido en esta tierra del sureste, cuando todavía se conocía como Qartayannat al‑Halfa, bajo el esplendor andalusí.
Hoy, cuando la memoria parece rendida al olvido, es tiempo de alzar la voz y proclamar que hubo un cartagenero del siglo XIII, de alma refinada y verbo prodigioso, que cantó a Cartagena con tal fervor, que sus versos aún tiemblan de nostalgia entre las páginas de la historia.
Un niño de Cartagena, nacido para las letras
Hazim nació en 1211, en pleno periodo almohade, en una ciudad que florecía entre la mar y la sierra. Su padre, un cadí culto y respetado, le ofreció una sólida formación en las letras árabes, el Corán, la gramática y la filosofía. Desde joven, Hazim absorbía los aromas del azahar cartagenero, los vientos templados del invierno junto al puerto, los murmullos del comercio y el rumor de la vida que palpitaba entre mezquitas y zocos.
Se educó en Cartagena, Murcia, Granada y Sevilla, ciudades que se convirtieron en sus primeras patrias del saber, donde bebió de la fuente de los grandes pensadores: al-Farabí, Avicena, Averroes. Su mente era luminosa, su pluma firme, y su corazón, ya desde entonces, estaba marcado por el amor a su tierra.
Exilio, pero nunca olvido
Con la caída de la hegemonía almohade tras la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) y el avance cristiano sobre el territorio andalusí, Hazim decidió partir hacia el Magreb, llevando consigo una maleta cargada de recuerdos, versos y melancolía. Se estableció primero en Marruecos y luego en Túnez, donde fue acogido por la corte del califa Muhammad I al‑Mustansir.
Allí, lejos de su amada Cartagena, se convirtió en secretario de la corte, maestro de retórica, gramático de prestigio y poeta de renombre. Pero jamás dejó de ser cartagenero. Jamás. Porque sus versos, aun escritos en tierras lejanas, destilan el olor del tomillo y del mar de su infancia.
Su gran obra: un canto a la añoranza
La obra maestra de Hazim es la extensa Qasīda al‑Maqṣūra, un poema monumental de más de mil versos, donde entre alabanzas a su protector y lamentos amorosos, despliega todo el esplendor de su memoria cartagenera y murciana.
Allí, como si sus palabras fueran pinceles de nostalgia, dibuja con detalle la vida estacional que llevaba en su juventud:
“El invierno se pasaba en Cartagena, resguardada de los vientos por los altos montes, junto al mar.
El verano en la fértil vega de Murcia, a la sombra de los árboles cuajados de frutos, entre alcázares y puentes.”
Sus imágenes son tan intensas que parecen sacadas de un sueño:
“Pasamos el invierno perfectamente resguardados en un rincón paradisíaco del Campo de Cartagena.
Los vientos azotan las flores de las cumbres, dispersando pétalos sobre los mirtos y arrayanes.”
Y cuando habla de su ciudad, la eleva al rango de paraíso terrenal:
“Cartagena… es un palacio de elevados muros, cuyo techo son las estrellas.”
Pocas veces se ha escrito con tanto amor sobre esta tierra. Pocas veces la palabra “patria” ha sonado tan dulce, tan honda, tan visceral.
Un legado por recuperar
Hazim murió en Túnez el 23 de noviembre de 1284, rodeado de manuscritos, discípulos y silencio. No volvió a ver su ciudad. No pudo caminar otra vez por sus calles ni oler la sal del puerto. Pero murió como vivió: con Cartagena latiendo en cada sílaba.
Hoy, en Cartagena, una calle lleva su nombre. Pero no basta. Este poeta, que en medio del exilio fue capaz de convertir su dolor en belleza, merece un lugar de honor entre nuestros hijos ilustres. Su obra, aún no completamente traducida al español, espera que alguien la rescate, la lea, la abrace y la devuelva al lugar del que nunca debió salir: su ciudad natal.
Un mensaje a los cartageneros de hoy
Amigos y amigas, si alguna vez os preguntáis si esta tierra ha sido amada, sentida, llorada y cantada por sus hijos, recordad a Hazim al-Qartayanni, el moro de pluma encendida que vivió para escribir y escribió para no morir. Porque mientras lo leamos, Cartagena seguirá viva en su voz, y su voz seguirá viva en Cartagena.
Que no se nos olvide nunca: hubo un moro poeta, nacido aquí, que amó tanto esta tierra… que hizo de su recuerdo, un paraíso escrito.