El viento de levante sopla como lleva haciéndolo desde tiempos inmemorables, arrastrando el aroma del mar Mediterráneo y el Mar Menor hasta la falda del monte Miral, donde nueve ermitas fueron levantadas en siglos pasados y hace tiempo olvidadas por la tristeza de este tiempo que nos toca vivir, viendo como los que pueden no mueven un músculo por conservar el patrimonio de nuestra comarca.
El supermercado está abierto, es más bien como una tienda de ultramarinos, de esas de toda la vida que se están perdiendo. Alguien del pueblo ha llevado una caja de higos verdales y la han puesto a la venta a un precio más que bueno. Los higos están recién cogidos y ahora, algunos son nuestros.
El sonido de hierro contra hierro indica que el FEVE está frenando en la última parada antes de llegar a su destino final, Los Nietos, mientras una mujer, barre las escaleras de la iglesia del Estrecho de San Ginés.
La plaza de San Nicolás está tranquila y en la terraza del bar el Carpintero hay un grupo de ciclistas que han parado a tomar algo para recuperar fuerzas y seguir su marcha hacia el Mar Menor. El bar ofrece buenas tapas y la cerveza está fría, reclamo más que suficiente para realizar una parada.
Frente al bar el Carpintero, cruzando la calle Mayor, encontramos el mesón La Caprichosa. La puerta de entrada de madera pintada de verde hace que nos fijemos en el mesón. Esa puerta hace que el lugar sea acogedor e invita a los recuerdos de aquellos años cuando este tipo de puertas abundaba en bares y comercios de cualquier lugar de nuestro país y que con el tiempo fueron sustituyendo nuevas puertas que no dicen nada, que no invitan a pasar. Que son lo que son, simples y llanas puertas que alguien echará de menos y recuerde con nostalgia en un futuro próximo.
Seguimos caminando por esta localidad y un olor familiar acude a nosotros. Es el olor característico del pulpo a la cartagenera y nuestras mentes no pueden evitar pensar en el barrio de San Antón en los días de enero. Buscamos como sabuesos el origen del delicioso y atrayente olor a pulpo.
No tardamos mucho en encontrar la fuente de aquel mágico olor, salía de un pequeño bar llamado Ghandi. Sin pensarlo dos veces entramos al bar y pedidos un plato pulpo a la cartagenera. Maravilloso. El pulpo está hecho como debe de hacerse este plato, a la plancha con su aliño.
Como nos gustó mucho el sitio y repasamos su carta mientras disfrutábamos de nuestro pulpo, decidimos volver una noche de verano y cenar aquí. Aunque volveremos para hacer una crítica más detallada, por el momento destacamos sus michirones que, os lo aseguramos, no tienen nada que envidiar a los que han ganado la tercera entrega del Michirón de Oro. Aquella noche donde el viento de levante seguía soplando y compartiendo el aroma del mar, también probamos el pulpo a la cartagenera.
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Excelente artículo!!! Probaremos el sitio ❤️
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