Dom. Dic 22nd, 2024
Somos de Cartagena y hablamos sobre Cosas de una Ciudad con mar. Escúchanos

Sorteo de suscriptores

Cuando alcancemos la cifra de 900 suscriptores, realizaremos un sorteo de una comida para dos personas. Actualmente somos 854. ¡Suscríbete y participa!

Suscríbete
1947191 Visitas.

Los Aguinaldos de Cartagena: Ecos de Generosidad en los Años Dorados

Foto del avatar

PorJosé Antonio Martínez Pérez

21 de diciembre de 2024
Publicidad
Solo tardarás 3 minutos en leerlo.

Loading

Publicidad

Las décadas de los 50, 60 y 70 en Cartagena tienen un lugar especial en la memoria de quienes las vivimos. Era una época de calles bulliciosas y plazas llenas de vida, donde el aroma del mar se mezclaba con el de las panaderías y confiterías que, por estas fechas, trabajaban sin descanso. Era un tiempo en el que las dificultades cotidianas se enfrentaban con entereza y, sobre todo, con una solidaridad que nos unía como pueblo.

Por aquellos años, las Navidades comenzaban mucho antes de que llegara la Nochebuena. Los preparativos eran sencillos pero llenos de ilusión. Las familias, a pesar de los pocos recursos, encontraban formas de celebrar. Los niños esperábamos ansiosos los villancicos en la radio y las luces que adornaban las calles principales. Mientras tanto, los adultos hacían acopio de dulces, botellas de anís, sidra, y quizás alguna gallina o capón para las cenas familiares y, por supuesto, para los aguinaldos.

Era costumbre que, llegada la Navidad, los trabajadores que facilitaban nuestra vida diaria recibieran el reconocimiento de los vecinos. El guardia urbano, siempre firme en su cruce habitual, era una figura respetada. Con su silbato y sus gestos, ordenaba un tráfico cada vez más denso, pero siempre con una sonrisa y una palabra amable. Los niños, que lo mirábamos con fascinación, sabíamos que él también tendría su aguinaldo: un paquete cuidadosamente preparado con turrones, polvorones, y, si la economía lo permitía, alguna botella de licor para brindar por el año nuevo.

Los celadores eran los guardianes de nuestros barrios. Ellos conocían cada rincón, cada familia, y eran los primeros en acudir cuando algo hacía falta. Su labor era mucho más que vigilar; eran consejeros, mediadores, y a menudo, un lazo entre los vecinos y el Ayuntamiento. En estas fechas, las familias les agradecían con dulces caseros, botellas de vino dulce y esas palabras de cariño que siempre acompañaban a la entrega del aguinaldo.

El repartidor del butano era otro de los protagonistas de aquella Cartagena navideña. Con el sudor corriendo por su frente, empujaba su carrito cargado de bombonas que calentaban nuestros hogares. No era raro verlo detenerse en una esquina para recibir una cesta con mazapanes, cordiales o algún embutido, porque sabíamos que su trabajo era esencial y digno de nuestro reconocimiento.

Y no podemos olvidar a los serenos, esas figuras inolvidables de la noche cartagenera. Con sus linternas y un manojo de llaves que parecía contener todos los secretos de la ciudad, ellos velaban por nuestra seguridad. Su aguinaldo solía incluir vinos generosos y dulces, un pequeño tributo a quienes, en silencio, nos ofrecían tranquilidad.

Los maestros también eran destinatarios de estas muestras de gratitud. En aquellos años, la educación era algo que se valoraba profundamente, y los docentes, muchas veces con salarios modestos, recibían cajas de turrón, botellas de anís o sidra, y otras delicias navideñas. Era un gesto que decía más que mil palabras: gracias por moldear el futuro de nuestros hijos.

A pesar de las estrecheces económicas de aquella época, las calles de Cartagena eran un reflejo de la alegría compartida. Las familias se volcaban en los preparativos con una mezcla de esfuerzo y entusiasmo. Los mercados de abastos bullían de actividad, y aunque no siempre se podía comprar lo mejor, el ingenio y la voluntad lograban que no faltara nada en la mesa.

Hoy recordamos aquellos días con nostalgia, no solo por las tradiciones que se han ido perdiendo, sino porque representaban una época en la que, a pesar de las dificultades, nunca faltaban los valores de gratitud y generosidad. Los aguinaldos no eran solo paquetes de dulces y licores; eran un símbolo de unión, una manera de decir a quienes nos ayudaban día a día que su esfuerzo no pasaba desapercibido.

Publicidad

Superamos aquellos tiempos de austeridad, pero sería un error olvidar las lecciones que nos dejaron. En esos años aprendimos que la generosidad, el agradecimiento y el cariño son las verdaderas riquezas que hacen grande a un pueblo. Y Cartagena, con su espíritu solidario y su corazón abierto, siempre será un ejemplo de ello.

José Antonio Martínez Pérez

(Visited 12 times, 1 visits today)
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Podcast

Escucha nuestro podcast "Cosas de una ciudad con Mar", de ¿Dónde Comemos? Cartagena. Pulsa reproducir en navegador en la pantalla de abajo.

Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicidad