En Cartagena ya sabemos que cuando el viento cambia, cuando el mar se revuelve o cuando la cosa viene de bichos, al Ayuntamiento no le queda otra que apretarse el cinturón y poner orden. Esta vez le ha tocado el turno a la gripe aviar, esa enfermedad vírica que, aunque su nombre suene a episodio perdido de Cuéntame, sigue rondando por las aves de corral y por las silvestres como quien no quiere la cosa.
Los Servicios de Sanidad y de Parques y Jardines —que cuando se ponen, se ponen— han empezado a desplegar medidas preventivas para evitar que en Cartagena aparezca un solo foco más de los necesarios. ¿Y eso qué significa en la práctica? Pues que nuestros vecinos más emplumados de los parques han tenido que hacer las maletas.
Sí: los patos que chapoteaban alegremente en la fuente del Parque Torres y los gansos del Huerto de las Bolas han sido retirados y confinados temporalmente. De momento estarán bajo supervisión, lejos de los paseos, las fotos domingueras y los niños que les tiraban migas de pan (aunque deberían haber sido granos… pero eso es otro capítulo).
La orden viene directamente del Servicio de Sanidad Animal de la Comunidad Autónoma, que ha señalado a Cartagena como “zona de especial riesgo”. Y ya sabemos lo que eso implica: prevención, control y ni una pluma fuera de sitio. No es capricho; es que en estos temas, mejor adelantarse que lamentar.
La actuación, aunque pueda sorprender al visitante que suba al Parque Torres buscando la estampa clásica de los patos, se hace para proteger tanto a las aves como a la población. La gripe aviar no entiende de paisajes bonitos ni de tardes tranquilas, así que el Ayuntamiento ha decidido tomar el camino más prudente: recoger, revisar y asegurar.
Mientras tanto, los parques seguirán siendo parques —verdes, paseables y con sus habituales cotilleos de banco— solo que un poco más silenciosos por la ausencia de sus residentes alados. Y quién sabe: igual hasta los echamos de menos y todo.
Lo importante ahora es que las medidas funcionen y que, dentro de poco, podamos volver a ver a patos y gansos hacer su vida sin sobresaltos. Porque, reconozcámoslo, Cartagena sin sus pequeñas criaturas repartidas por las plazas pierde un toque de autenticidad.
Hasta entonces, paciencia… que, en esta ciudad, si algo nos sobra, es capacidad para adaptarnos.







