El otro día, hablando con unos amigos, nos preguntaron – ¿Qué tipo de bar os gustaría que hubiese en Cartagena? – no tuvimos que pensar mucho la respuesta, lo teníamos muy claro. Echamos de menos un bar que esté en el centro, en alguna calle con solera, y que solamente sirvan unas tapas muy concretas. Pulpo a la Cartagenera, michirones, patatas con ajo y chopitos. Ya está, no pedimos nada más.
Un sitio bien decorado con alegorías a nuestra ciudad y su extenso y enriquecedor pasado. Un lugar acogedor que al entrar huela a nuestro tradicional pulpo como olía aquel bar, ya cerrado, de la calle honda donde estaba Baillo. Ese olor característico de Cartagena en Semana Santa que nunca debió perderse del centro. Esas patatas con ajos que solamente sabemos hacer aquí. Entrar a ese bar en una noche húmeda de invierno con las calles mojadas por la boria que entra desde la bocana, y pedir un plato de michirones con su patata y su caldo espeso listo para mojar un pan cortado al azar.
Los platos de chopitos rematarían la faena. Bien fritos con un rebozado de los de siempre; de los de una ciudad con mar que cuida sus costumbres y mantiene sus tradiciones como oro en paño. Un bar de puertas de madera y rincones acogedores donde las cañas de cerveza vuelan mientras el humeante pulpo a la plancha desprende su fragancia alrededor de los comensales. Mesas con palillos preparados para pinchar los michirones y el tocino que los acompaña.
Este es el tipo de bar que nos gustaría que hubiese en Cartagena. Un bar simple y sencillo como aquellos que, en su día, tuvo la ciudad en tiempos mejores.
Críticos de Cocina
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pues estaría genial y ya si volviera a abrir la mejillonera sería la repera