Cartagena y su ensenada
fueron codiciada presa,
y como bella princesa
todos querían desposarla
por amor o por la fuerza.
Fue por iberos poblada,
por fenicios relatada,
cartaginesa por pacto,
que en Hispania fue de facto
su fortaleza preciada.
Tomada por Escipión,
Cartagena fue romana
y como Colonia Urbana
vivió su gran esplendor.
Cuando el Imperio cayó
los visigodos llegaron
y en ella se aposentaron
para regir sus destinos,
hasta que los bizantinos
por guerra la conquistaron.
Tras cien años bizantinos
los visigodos, gloriosos,
vuelven a entrar victoriosos
en nuestro enclave marino,
iniciándose el camino
que lleva a los Cuatros Santos,
que aquí se veneran tanto
y que son nuestro tesoro:
Fulgencio, San Isidoro,
Florentina y San Leandro.
El musulmán dominó
un largo periodo oscuro,
y del cual nos rescató,
hollando los viejos muros,
un rey extraordinario,
Alfonso Décimo el Sabio,
marcando nuestro futuro.
Desde entonces Cartagena
es española y cristiana,
y de una forma plena
ella grita a boca llena
que siente un amor sincero
por los pueblos que la hicieron
más celestial que terrena.
Y cerca del Mar Menor
y de El Algar y La Unión,
con su leyenda y misterio,
que la Historia aún no aclara,
se levanta el Monasterio
de San Ginés de la Jara,
santo al que con devoción
hizo la ciudad Patrón
en el siglo diecisiete,
cuando a su intercesión somete
que de la muerte librara
a los niños y a las niñas,
que una epidemia maligna
muchas vidas ya segaba.
¡Cartagena! ¡San Ginés
de la Jara! ¡Mar Menor!
Orgullo en el corazón,
de Cartagena yo ser,
siento con gran emoción.
ECM
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