El hombre que vino de Turre.
En la segunda mitad del siglo XIX, desde el pequeño pueblo almeriense de Turre, un joven humilde, de familia trabajadora, decidió emigrar hacia el sureste murciano. Su nombre: Serafín Cervantes Contreras.
Llegó a Cartagena como carpintero, pero pronto la minería le abrió camino. El esfuerzo, el olfato para los negocios y cierta osadía lo llevaron a convertirse en uno de los grandes empresarios mineros de la comarca, dueño de la mina El Porvenir y de otras explotaciones que le dieron fortuna y renombre.
No se conformó con la minería: fundó una serrería, instaló una fábrica de hielo y electricidad en el Barrio de la Concepción, gestionó el agua potable en esa zona y lanzó la marca de agua embotellada “Asdrúbal”, declarada medicinal en 1914. Incluso llegó a comprar la plaza de toros de Cartagena, regalo insólito para su nieto.
Décima – El origen y el trabajo.
De Turre vino con nada,
solo un sueño por bandera,
trabajó en mina extranjera
y allí su vida forjada.
La ambición lo fue llevada
a ser dueño del metal,
su riqueza fue total,
y en Cartagena un caudal,
el obrero en pedestal,
de minero a capital.
El Casino y la Casa Cervantes.
El dinero compra mucho, pero no siempre la aceptación social. Serafín quiso entrar en el Casino de Cartagena, aquel círculo de notables donde se reunía la élite decimonónica. Su petición fue rechazada. Para la “vieja sociedad”, él era un advenedizo, un nuevo rico que no venía de linaje alguno.
Herido en su orgullo, respondió con una genialidad: compró el solar contiguo y levantó la Casa Cervantes, entre 1897 y 1900, encargando la obra al joven arquitecto Víctor Beltrí.
Aquel rechazo se convirtió en motor de su gloria: la Casa Cervantes fue la primera obra modernista de Cartagena, un manifiesto de piedra que eclipsó al propio Casino.
En su fachada, Mercurio y Minerva vigilan aún hoy la calle Mayor. En sus bajos, el Café España dio vida a tertulias que inspiraron incluso a Antonio Álvarez Alonso para titular su célebre pasodoble Suspiros de España.
Quintilla – La afrenta y la respuesta
No le abrieron la puerta,
le cerraron el salón,
y con firme corazón
levantó su obra más cierta:
la Casa fue su lección.
El nieto Serafinito y la Plaza de Toros
El nieto, Serafín Cervantes Cánovas, fue su ilusión. El muchacho deseaba una plaza de toros de juguete, desmontable para jugar. El abuelo, con gesto grandilocuente, compró en 1910 la plaza de toros de Cartagena. Poco después fue reformada, quizá por Beltrí, como símbolo de continuidad familiar.
Pero el destino fue cruel. En 1918, la gripe se llevó al niño con solo 14 años. Su muerte truncó la esperanza de perpetuar el apellido. Más tarde morirían también su hijo Diego (1927) y su esposa, quedando el magnate casi solo en los últimos años de su vida.
Décima – El nieto perdido
Un torito en ilusión
pidió al abuelo un día,
y con grande bizarría
compró toda la afición.
Fue su sueño y bendición,
pero el mal le arrebató,
la gripe lo destrozó,
quedó el abuelo sin guía,
ni el dinero que juntó
el dolor le resolvía.
El legado
Serafín Cervantes murió en 1928. Fue enterrado en Turre, donde también dejó generosidad: cedió terrenos para el cementerio municipal, ejemplo de que nunca olvidó sus raíces.
Su legado en Cartagena vive en la Casa Cervantes, faro del Modernismo, orgullo patrimonial y recordatorio de un hombre que supo transformar la humillación en belleza.
Trovo final – La ironía del destino
Ni mina, ni hielo, ni agua,
ni toros en su redonda,
calmaron pena tan honda,
ni fortuna que se fragua.
El dolor siempre desagua
en un cauce verdadero,
se quedó sin heredero,
más su mano fue sincera,
dio a Turre tierra y quimera,
y a Cartagena, su es mero.