El niño patricio
Había una leyenda que circulaba por la ciudad de Cartagena, acerca de un niño patricio que se aparecía en el monumento romano de Torreciega. Según se decía, el niño era un fantasma que buscaba jugar con otros niños, pero su condición de espectro lo hacía invisible e intangible para los vivos.
La historia del niño patricio se remontaba a la época romana, cuando Cartagena era una próspera ciudad portuaria. Se decía que el niño pertenecía a una familia noble y adinerada, y que había vivido en la ciudad durante la época de mayor esplendor romano. Pero su vida se vio truncada por una enfermedad que lo llevó a la muerte a muy temprana edad.
Desde entonces, se decía que su espíritu había quedado atrapado en el monumento de Torreciega, y que de vez en cuando se aparecía para buscar compañía entre los vivos. Pero al ser un fantasma, ningún niño lo veía ni lo oía, y el niño patricio se sentía cada vez más solo y aislado.
Un día, un grupo de niños se encontraba jugando cerca del monumento de Torreciega, cuando de repente sintieron una extraña presencia. Al principio, pensaron que se trataba de un animal o de algún otro niño que se les había unido sin que se dieran cuenta. Pero al mirar a su alrededor, se dieron cuenta de que estaban completamente solos.
Entonces, uno de los niños recordó la leyenda del niño patricio, y sugirió que tal vez era él quien se estaba apareciendo. Los otros niños se miraron entre sí, incrédulos, pero decidieron hacerle caso y tratar de comunicarse con el fantasma.
Así, comenzaron a hablarle al aire, esperando que el niño patricio pudiera oírlos y responderles. Y para su sorpresa, algo extraño comenzó a suceder: la brisa comenzó a soplar con más fuerza, y las hojas de los árboles se agitaron violentamente.
Pero no fue sino hasta que uno de los niños se arriesgó a acercarse al monumento y entonces un niño romano se hizo visible para él. El fantasma, con una sonrisa en el rostro, extendió su mano hacia el niño, invitándolo a jugar.
Los otros niños no podían ver al fantasma, pero sí podían percibir su presencia, y se emocionaron al ver que su amigo parecía estar hablando con alguien invisible. Así, poco a poco, todos comenzaron a interactuar con el niño, quien se sentía cada vez más feliz de haber encontrado amigos con quienes jugar.
A partir de ese día, el monumento de Torreciega se convirtió en el lugar favorito de los niños de la ciudad, quienes acudían a jugar con aquel niño de otra época siempre que podían. Y aunque el niño patricio seguía siendo un fantasma, había encontrado en ellos una compañía que lo hacía sentir menos solo y más cerca de los vivos.
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