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La leyenda de Sálice

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PorYolanda

14 de agosto de 2024
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Cuentan que hace mucho tiempo, en la época en la que los humanos adoraban a multitud de dioses y los dioses adoraban mezclarse en los asuntos de humanos, el agua del mar era tan dulce como la de los ríos. Poseidón, Neptuno para los romanos, no se había preocupado en establecer diferencia alguna, pues andaba tan entretenido con amoríos que no tenía tiempo para plantearse cómo distinguir las aguas que gobernaba. En aquel entonces toda su atención estaba dirigida a una increíble mujer llamada Sálice.

Sálice vivía en una pequeña población costera, rodeada por cinco colinas y bañada por un intenso mar. Su pasión era la cocina y dedicaba horas y horas a preparar manjares dignos de los dioses. A Poseidón le gustaba observarla mientras cocinaba. Ella solía hacerlo pegada al mar porque decía que así la refrescaban sus olas. El dios de las aguas, ansioso por agradar, movía sus brazos con suavidad para salpicarla y escuchar su risa. La espuma de las olas, obediente al mandato de su señor, se adhería a la piel de Sálice y la protegía del calor. Quizá por eso quien la miraba siempre veía en ella un brillo especial, un destello blanco y reluciente.

Y así cocinaba Sálice, bajo la amorosa mirada de Poseidón y en el lugar preferido de este, la ciudad de las cinco colinas. Los platos que allí preparaba no tenían igual, ningún paladar quedaba indiferente. Pero Sálice no sólo era una gran cocinera, ella poseía un don. Cualquiera podía llevarle un plato, insulso y aburrido, y ella lo transformaba, convirtiéndolo en una comida única y deliciosa. Era como si tuviese el poder de llenar de sabor todo aquello que sus dedos tocaban. Sus vecinos solían llamarla cuando preparaban celebraciones especiales o cuando sus hijos no consentían tomar la sopa. Sálice solo acercaba sus manos y, como si de magia se tratara, convertía lo insípido en sabroso.

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Su fama se extendía con rapidez y pronto llegó a oídos de Alina, diosa de la cocina y los alimentos. Alina era especialmente celosa y no veía con buenos ojos que una mortal le hiciera sombra. Ya nadie se acordaba de ella cuando encendía los fogones, ni le pedía que desplegara buenos sabores sobre sus guisos o le agradecía por su comida. Alina tenía miedo de caer en el olvido. De hecho, esto era lo que más le preocupaba, pues era vanidosa y egocéntrica. Así que una mañana, en la que Sálice cocinaba junto al mar de la ciudad de las cinco colinas, Alina robó uno de los rayos de Zeus y lo lanzó contra Sálice para acabar con ella. Poseidón rugió para advertir a su amada, pero esta solo tuvo tiempo de saltar al mar, donde él la abrazó justo antes de que el rayo acabara de atravesar su corazón. Poseidón la agarró tan fuerte que, aunque no pudo conservar su vida, jamás pudo desprenderse de su alma. Esta se fundió con el mar que bañaba la ciudad de Sálice y se dejó arrastrar por las mareas. Desde entonces las aguas de mares y océanos dejaron de ser dulces, un sabor salado se apropió de ellas, multiplicando la vida que albergaban y dotándolas de identidad propia.

Cuando Zeus supo lo que había hecho Alina, la castigó de la forma más cruel que pudo y la relegó al olvido. Ya nadie recuerda a la diosa; no aparece en libros ni relatos. Es como si jamás hubiera existido. No hay ni una sola palabra sobre ella, salvo lo que aquí se cuenta.

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Respecto a Sálice, Zeus poco podía hacer ya que era incapaz de devolver la vida que uno de sus propios rayos había arrebatado. Buscó una forma de conservar su recuerdo para que nadie olvidara su existencia y su pasión por la cocina. Quería recuperar ese brillo especial, blanco y puro que ella desprendía. Encontró la manera cuando vio a Poseidón salpicar las rocas recordándola.

Zeus evaporó el agua del mar que se quedaba entre los huecos de las piedras, y allí apareció una especie de arena blanca, muy fina y reluciente, con ese mismo brillo que desprendía Sálice y con toda la esencia del sabor de sus platos. Los habitantes de la zona comenzaron a llamarla “sal” en honor a la cocinera.

Y del mismo modo que no hay nadie en el mundo que pueda recordar a Alina, tampoco hay nadie en el mundo que pueda decir que no conoce la sal. Zeus consiguió su propósito y el brillo cristalino de Sálice acabó con la sombra de Alina.

Mucho más tarde se descubriría que la sal no solo sirve para sazonar, sino también para conservar alimentos. Por eso hay quien dice que Poseidón pudo preservar el cuerpo de Sálice y mantener su alma, y que la cocinera de la ciudad de las cinco colinas se convirtió así en la primera sirena. Pero eso es otra historia, que deberá ser contada en otro momento. Mientras, podemos imaginar que Poseidón fue feliz, y que como agradecimiento comparte con el mundo lo más puro que tiene: el alma de Sálice.

 

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Sin título

14 de agosto de 2024

Bonita y legendaria historia que bien pudo ser realidad y haber sucedido en la ciudad de las 5 colinas: Mastia, Quart Hadast, Cartago Nova, Cartagena.

Enrique
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