El otoño ha llegado y, poco a poco, hace notar su presencia, no solo por la tímida caída da las hojas de los plátanos orientales que hay dispersos por toda la ciudad, y cuyo objetivo es vaciar de hojas sus ramas de cara al invierno, sino también, por la caída del sol cada vez más temprano que adelanta, cada tarde, el arriado de bandera a las puertas de Capitanía.
La temperatura baja a un ritmo lento que hace pensar que el verano aún sigue con nosotros, pero pronto veremos a los castañeros en sus esquinas y el olor de las castañas asadas y los boniatos no pasará desapercibido.
Cuando cae el Sol, las terrazas, siempre practicables en la ciudad, dejarán ver, cada vez más copas de vino tinto sobre sus mesas y los calentadores formarán parte del mobiliario urbano, reflejando sus fluctuantes llamas en las calles mojadas por la humedad del cercano mar que nos baña.
Nubes rosadas se apagan entre los montes Atalaya, Galeras y Roldán mientras algunos pescadores lanzan sus cañas desde el final del muelle en busca de algún pez despistado. Los últimos rayos de luz son reflejados por las pequeñas olas de un mar cada vez más oscuro. Los faros de Navidad y la Curra con sus destellos rojos y verde, iluminan la bahía. Un pequeño barco pesquero pasa entre los faros, seguido de un centenar de gaviotas que revolotean ansiosas en busca de algo para calmar su apetito.
Las campanas del palacio consistorial anuncian otra hora; es tarde.
Críticos de Cocina
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